¿Cómo presentar a Israel, o a este Israel al que viajé en 2023? ¿Cómo presentar lo inenarrable?
Me acuerdo del dilema de Borges, cuando tiene que describir lo que acaba de vislumbrar, y se pregunta “¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca?”, para luego afirmar que “el problema central es irresoluble: la enumeración, siquiera parcial, de un conjunto infinito.”
No sé si Israel es infinito, pero lo parece, aun en su inmensa pequeñez. Hay un Israel cananeo, que se pierde en los pocos rastros que llegaron hasta nosotros. Hay un Israel de Abraham, de Isaac y de Jacob (no se sabe si real, legendario, o si real y legendario), que nace en Mesopotamia con la partida de Abram (sin “h”) y termina en Egipto con la llegada de José, es decir, un Israel puente entre las dos grandes civilizaciones de la Medialuna Fértil. Hay un Israel que se promete como Tierra Prometida a los sucesores de José (que fueron esclavizados en Egipto), un Israel al que no se accederá sin desierto (y que Moisés no llegará a conocer). Hay un Israel próspero de reyes y profetas, de David y Salomón, el Israel del Templo (que contendrá el Arca de la Alianza), construido en el Monte de Jerusalén donde Abraham no sacrificó a Isaac: elevación donde, dicen, junto con la lengua hebrea, se originó el mundo. Un Israel que se divide y que luego es conquistado por fuerzas extranjeras. Uno que retorna, que reconstruye el Templo. Uno que da luz a Jesús de Nazareth y a ese cristianismo que terminará dando vuelta al Imperio Romano, Imperio que conquistará la Tierra de Israel para convertirla en provincia: segunda destrucción del Templo, diáspora.
Un Israel bizantino, otro islámico (en el mismo Monte de Abraham, sobre la misma Roca en que Isaac salvó su cuello, Mahoma recibirá el mandato de Alá), y otro cristiano (los cruzados recuperarán por un tiempo la “Tierra Santa” y el Santo Sepulcro de Jesús, y se harán fuertes en Acre; los Templarios custodiarán el Templo y, según dicen, capturarán, en los sótanos de la Mezquita de Al Aqsa, que fueron subsuelo del Primer Templo, el Arca de la Alianza). Un Israel otomano, que luego fue inglés: Declaración Balfour, Partición de Palestina… y un último Israel, el del presente, el Estado de Israel, donde laten y circulan todos los demás. 

Todos estos Israeles, que habían girado en torno al innombrable Tetragrama que en las traducciones tomó el Nombre de “Dios”, constituyen ahora una fascinante y complicadísima superposición de historias, creencias y pueblos, y un eje del conflicto geopolítico mundial.

Poco menos que cuarenta años separaron mi primera incursión juvenil a esta otra de adulto. 
Volver a Israel había sido, durante todos ese tiempo, un imperativo latente.