A dos horas de avión desde Quito, con escala en Guayaquil, muy adentro del Océano Pacífico, se encuentra esta familia de islas pertenecientes a Ecuador, pero ligadas a vaya a saber qué dueños geológicos desde hace millones de años. 
Allí se detuvo Charles Darwin hace dos siglos para estudiar, entre otras maravillas naturales, a las tortugas gigantes homónimas a estas islas (en los comienzos del siglo XXI murió Kiki, la última tortuga del grupo que Darwin llevó a Inglaterra en 1832).
Uno aterriza en el pequeño aeropuerto de Isla Baltra, cruza a la Isla Santa Cruz y se aloja en la pintoresca población de Puerto Ayora, para desde allí explorar el archipiélago.
En la misma Isla Santa Cruz, luego de una intensa caminata por sederos boscosos, se llega a la deslumbrante Tortuga Bay: la primera impresión (entre las muy blancas y muy anchas playas bañadas por el mar azul-celeste, sobre cuyas arenas caminan alegremente multitudes de extraños reptiles), es la de haber viajado a un tiempo en que los primigenios seres vivos del planeta se atrevieron a abandonar los mares para dar sus primeros, arriesgados pasos en tierra seca. Hay muchos carteles didácticos en esa playa única: uno de ellos cuenta que las tortugas de este lugar se dirigen al sitio exacto de su nacimiento para desovar… y para morir.