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©2023 Matías Wiszniewer
“En la gloriosa Dinastía XVIII, cuando por primera vez los egipcios dominaron el mundo, subió al trono, en el año 1375 a.C., un joven faraón que al principio se llamó Amenoteph IV, como su padre [Amenoteph III], aunque después modificó no sólo su nombre [por el de Akenatón, “adorador de Atón“, el disco solar], sino muchas otras cosas. Este rey dio a sus súbditos, olvidando las milenarias tradiciones de los egipcios (…) un severo monoteísmo, la primera tentativa de este tipo en la historia de la humanidad“.
Sigmund Freud, Moisés y la religión monoteísta, pg. 28, Losada, Buenos Aires, 1993.
En la tesis de Freud -que el fundador del psicoanálisis discutió con arqueólogos e historiadores de su tiempo-, Moisés, el bíblico líder del Pueblo Hebreo en el Éxodo de Egipto, aparece como el heredero de la religión monoteísta establecida fugazmente por Akenatón, y del profundo conflicto que el innovador monarca sostuvo con el establishment y la tradición (en la foto que encabeza estas palabras, vemos a Akenatón y a su esposa Nefertiti adorando a Atón, el disco solar, dios único de la nueva religión). Antes de su temprana muerte, el joven faraón había abandonado la Tebas de sus ancestros para fundar, entre el Alto y el Bajo Egipto, lejos de los sacerdotes de Amón-Ra que regían su ciudad natal, una nueva capital (que no llegó a durar lo que su reinado), y le dio el nombre de Aketatón, en honor del Atón, el nuevo dios. Luego de la muerte del rey, todo fue aniquilado, nada quedó en pie de Aketatón, Tebas fue restablecida como capital y Amón-Ra como dios principal, y hasta modificaron el nombre del hijo-heredero del faraón defenestrado, reemplazando “Atón” por “Amón”: Tutankatón pasó a llamarse Tutankamón. Miles de años después, las ruinas polvorientas de Aketatón fueron halladas por arqueólogos en las inmediaciones de Tell el Amarna.
Fueron cuatro horas en auto, con rumbo sur, desde El Cairo hasta Mallawi, una aldea de otro tiempo donde visitamos su pequeño pero muy significativo Museo, y nos fue a recibir el arqueólogo Hamada Kellawy, Jefe Inspector de Antigüedades de Mallawi, que también supervisa las excavaciones de Tell el Amarna. Entonces llegó la hora tan ansiada: junto a Hamada y a nuestro guía Hefny, nos dirigimos al Yacimiento de Aketatón, y pude contemplar in situ la ciudad mítica. Gracias a la compañía de Hamada Kellawy, se nos abrieron las puertas de las numerosas tumbas que -cavadas en la rugosidad montañosa del desierto- rodean el trazado urbano, es decir, los tesoros mejor conservados de Aketatón.
Después pasamos la noche en El Menya, capital de la región, y al amanecer pudimos ver al disco solar emergiendo entre la brumas desde las entrañas del Nilo.
A continuación, alcanzamos a conocer, siempre dentro de la provincia homónima de El Menya, la necrópolis de Beni Hassan (que por la calidad de sus pinturas podría considerarse una suerte de Capilla Sixtina de los Imperios Antiguo y Medio) y Tuna el Gebel, donde impresionan las momias: la de la joven Isadora, de la época romana. muerta por amor como Julieta, y las de babuinos y pájaros en las catacumbas dedicadas al dios Thot.
A la salida de Tuna el Gebel, pasamos por una de las Estelas de Akenatón (hitos que marcaban los límites de su ciudad), que contiene el motivo religioso que vemos en la foto de arriba.