Si en todo el mundo la Luz viene de los cielos, en Bujara surge de la tierra.“, proverbio islámico medieval.
Ciudad Santa, de la que brota Luz, eso ha sido Bujara para los musulmanes sunitas que la habitaron y la gobernaron. Pero también es ciudad de luz para los mercaderes: además de las muchas mezquitas y madrazas, el viajero queda impactado por tres estructuras que perviven en otras tantas encrucijadas del trazado urbano: las llamadas “Cúpulas Comerciales” de los “Joyeros“, de los “Sombrereros“, y de los “Cambistas“.  Estos templos del comercio son frescos y encantadores refugios, en los que los mercaderes bujarianos invitaban a guarecerse a sus colegas recién llegados de agotadoras travesías por los desiertos, y resultaban recintos ideales para las transacciones más exitosas.
Parece ser que en la “Cúpula de los Cambistas” predominaban los mercaderes hebreos, miembros de una comunidad que habría llegado a Bujara en tiempos de Ciro el Grande, allá por el siglo VI antes de Cristo, cuando la mayoría de sus correligionarios estaban regresando a Jerusalén y se abocaba a la reconstrucción del Templo de Salomón. Bujara tiene dos sinagogas: en una de ellas me tocó pasar “Rosh Hashaná” (el año nuevo judío) el domingo 25 de septiembre. En las afueras de la ciudad vieja, junto al mausoleo del fundador de la dinastía musulmana de los samaníes, se encuentra la Fuente de Job, personaje fundamental del relato bíblico, y santo conocido como “Ayub” en los textos del Islam.
El centro simbólico de Bujara lo constituye un estanque, el Lyabi-Hauz, rodeado de madrazas y mezquitas, de mesas dispuestas para comer o tomar algo, y de un parque donde, desde el lomo de un burro, sonríe la estatua de Koha Nasreddin, el sabio vagabundo de los sufíes que predicó en el Asia Central del medioevo.
En los alrededores de Bujara, pude visitar uno de los muchos lugares de peregrinación del sufismo islámico, el Mausoleo de Naqshbandi. Luego, el museo dedicado a uno de los más grandes médicos de todos los tiempos, el bujariano del siglo XI Abū ‘Alī al-Husayn ibn ‘Abd Allāh ibn Sĩnã (más conocido como Avicena), y entre ambos, el fascinante yacimiento arqueológico de Paykend, donde con la guía del arqueólogo responsable del sitio (el uzbeko Normurod Aka), me sumergí en la asombrosa alfombra de restos de vasijas, vasos y demás objetos que todavía no fueron a parar al impecable museo del sitio.
Los primeros asentamientos neolíticos de Paykend datan del 5000 aC, pero la ciudad se fundó alrededor del 300 aC. En los primeros siglos de la era cristiana llegó el esplendor, bajo el gobierno de ricos mercaderes que abrazaron el zoroastrismo y construyeron Templos del Fuego. A partir del siglo VIII de nuestra era, esos templos se transformaron en mezquitas y Paykend fue, durante un tiempo, sede de los emires de Bujara, hasta que ciertos cambios en el curso de los ríos y canales que la irrigaban, provocaron su lenta extinción. 
Hoy solo quedan, bajo las capas de arena, las ruinas de aquel esplendor. El sitio es tan importante para Uzbekistán, que una imagen suya ilustra el billete de 2000 soms
El claro cielo de Oriente parece abrir aquí la puerta de un mundo misterioso. Como si el dios y todas las leyendas hubieran sido convocados a esta tierra santa.”, anotó el primer arqueólogo de los tiempos modernos que llegó, en el siglo XIX, al paraje de Paykend.