Las fabulosas ruinas dejan imaginar a Heráclito, en el siglo VI a.C., concibiendo que “el Señor que habita en Delfos no afirma ni niega, sólo da signos”; y a los primeros cristianos predicando contra la adoración de estatuillas, cerca de la pequeña casa en la que -según la leyenda- el apóstol Juan encontró refugio para la Virgen María.