Desde la capital inicié el retorno hacia el sur del país, esta vez por la ribera del Golfo de México.

Ya en el Estado de Veracruz (donde Hernán Cortés había desembarcado cinco siglos antes) la estancia en Orizaba superó las expectativas de mera parada intermedia: imponentes paisajes montañosos al llegar, y un pueblo extremadamente bonito, fresco, de aire límpido, pequeñas iglesias, cursos de agua y callecitas impecables.