El martes 13 de febrero, a bordo del vehículo preparado para esas rutas que muchas veces no son más que pistas de patinaje sobre hielo, salimos desde Reikjavik a explorar el interior de la isla-país. Pasamos por la pintoresca Borgarnes y su muestra interactiva sobre las sagas, y por la playa de focas de Ytri Tunga (donde nos recibió, sin gente ni focas, la bruma y la total soledad de un temprano atardecer). Llegamos al hotel de Stykkishólmur, en el noreste de la península de Snaefellsjökull que acabábamos de cruzar.

“En la mañana siguiente partimos temprano hacia nuestro destino en Geysir, pero Snaefellsjökull nos esperaba con otros planes. Mientras atravesábamos la angosta península de norte a sur, la llovizna se convirtió rápidamente en copiosa nevada, el viento de oriente en algo así como un huracán, y la bruma liviana en un espeso banco de niebla. Hubo que bajar la velocidad, a 70, a 50, a 20, a 10 y finalmente a 0km/h. Luego, en la medida que aclaraba un poco y alcanzábamos a ver algunos metros de ruta, avanzábamos lo que podíamos, casi como ciego en bosque. De pronto distinguimos un grupo de pequeñas luces sobre la derecha, juntamos coraje y nos desviamos hacia allí, apartándonos de la línea que aún intuíamos como ruta. Esas luces pertenecían a un conjunto de autos cuyos moradores, como nosotros, buscaron amparo amedrentados por el temporal. Cerca del puñado de vehículos había una casita. Con el transcurrir del tiempo, algunos de los tripulantes de los coches se animaron a cruzar los temibles 10 o 15 metros que había hasta la casita. Vimos que las personas que entraban en la casita no volvían a salir, entonces, o era un lugar agradable o era… vaya a saber qué. Finalmente, luego de casi dos horas en nuestro auto (con el motor encendido para mantener calefaccionado el ambiente) nos animamos a salir. El pequeño hotel familiar (que eso resultó ser la casita en cuestión) se había convertido en una suerte de improvisado refugio de montaña. La familia-huésped se esforzaba en atender a los perdidos viajeros, permitiéndoles hacer uso del barcito del lobby –a esas alturas completamente desbordado en su capacidad- a cambio de consumir algo o de depositar una moneda de 100 coronas (1 dólar) en la urna dispuesta para tal fin. La noticias meteorológicas fueron empeorando, el temporal (inédito en las últimas dos décadas, según los locales) no iba a amainar hasta el anochecer, había entonces que cambiar los planes con urgencia. Emprendimos la gestión –afortunadamente exitosa- y logramos una habitación, allí mismo, para pasar la noche.
La nueva odisea fue alcanzar la habitación: como el lugar tenía estructura de motel, para poder dar con el cuarto asignado hubo que rodear el edificio, contra un viento feroz e ínfimas partículas de granizo que golpeaban el rostro haciendo casi imposible mantener los ojos abiertos. Por fin entramos al ansiado cobijo de la pequeña habitación, un verdadero paraíso dadas las circunstancias. La siguiente andanza fue ir y volver hacia/desde la cena en el barcito, aunque el temporal ya estaba empezando a amainar. Tal fue nuestro “rito de iniciación” en Islandia, la gran aventura dentro de la aventura.
Al día siguiente el temporal había cesado, era una jornada fría pero hermosa. Alcanzamos el “Golden Circle”, que no es un hotel de Las Vegas sino la zona donde están tres de los lugares más bellos e interesantes del país: el sobrecogedor paisaje de Gullfoss, el increíble parque escarpado de los géisers (esos “volcanes” de agua hirviente que hacen erupción cada tantos minutos u horas en forma regular), y el escenario histórico natural de Thingvellir, que se pronuncia “zingvellir” (y se escribe con una especie de “p” deformada islandesa que no existe en nuestros teclados), la sede del “primer parlamento democrático del mundo” (nada que ver con nuestro Congreso de Callao y Rivadavia; se trata de una porción de tierra a la intemperie entre altas montañas, que fue elegida en el siglo X por los representantes de la distintas tribus que poblaban Islandia para arreglar allí sus asuntos políticos, culturales y económicos: esos pobladores originarios, vikingos fugitivos de los monarcas escandinavos, habían decidido no tener rey). Y fueron los congresistas allí reunidos los que lograron, a la sombra de las imponentes cumbres y entre los balidos de sus rebaños, una pacífica transición del paganismo al cristianismo, algo inédito en la Europa medieval contemporánea.
Esa misma noche llegamos a Vik, el punto más austral de Islandia, ubicado en una lengüeta de tierra que penetra levemente en el mar. Allí, en su frontera norte, el Océano Atlántico parece descargar con furia sus últimos impulsos: sus enormes olas chocan violentamente contra las rocas y las negrísimas playas de lava.”

“Después siguieron otras jornadas de maravillas, el Parque Nacional de Skaftafell y el alucinante viaje hasta la cueva de hielo de Jökusárlón, por un camino sin camino, que sólo el conductor del vehículo (más que 4×4, un 6×6 u 8×8) era capaz de adivinar entre montañas de nieve y lagos congelados.
Y fue en Skaftafell el esperado encuentro con una aurora boreal. Tal como había sido acordado, cuando llegó el momento -a las dos de la mañana- la gente del hotel nos despertó al grito de “¡northern light! ¡northern light!” y nos dirigimos apresurados hacia el lugar que se nos indicó. En el apuro salí sin trípode, pero aún así se produjo un fenómeno impensado. El cielo nocturno sólo presentaba al ojo desnudo un vago resplandor grisáceo. Preguntamos a nuestros anfitriones adónde estaba la aurora. “ESA ES LA AURORA”, nos dijeron señalando el resplandor. Ante nuestra decepción, nos explicaron que así se ven las auroras durante los períodos de baja actividad solar; que en esos momentos el índice de actividad estaba en “kp 2” (en una escala del 1 al 9), pero que una cámara con manejo de sensibilidad y velocidad podría captar la aurora “real”. Saqué varias fotos. Para mi maravilla, en las fotos las auroras sí eran intensamente verdes (las puede apreciar el lector en el link de más abajo).  Ahora bien, ¿cuál fue la “aurora real”?¿La del ojo desnudo, la de la cámara, ambas, ninguna de ellas?
En la tarde del sábado 17 emprendimos el regreso a la capital del país. Tuvimos tiempo de entrar en Hvolsvöllur, casi sobre la ladera del volcán Eyfjafjallajökull (el mismo cuya erupción de 2010 paralizó todos los vuelos de Europa durante varios días) y visitar allí el fascinante Lava Center, que narra con apoyo de novísima tecnología todo lo que hace a los movimientos de las entrañas terrestres que Islandia vive como terremotos, géisers y volcanes, y en cuyo espacio gastronómico nos dimos el gusto de comer bien y “barato”, a “sólo” 22 euros por persona.”
Escrito en febrero de 2018.