“Llegamos a Reikjavik desde Barcelona, previa escala en Londres. Partimos de inmediato hacia el interior del país, y al regresar, permanecimos varios días en la capital. Estuvimos en el Museo Nacional y en algunas exhibiciones de arte, en el puerto, en muestras sobre auroras boreales, geología o primitivos asentamientos, en la fantástica Catedral luterana (que se llama Hallgrimskirkja, “la iglesia de Hallgrim”, por Hallgrim Pétursson, poeta y sacerdote del siglo XVII), construcción geométrica levantada en el XX que se ve desde todos lados en una ciudad que carece de edificios altos. Desde la cumbre de la pirámide-iglesia se obtiene una excelente vista panorámica de la ciudad. Caminamos y caminamos por las calles nevadas y tranquilas, que suben y bajan repletas de incontables barcitos en los que da gusto hacer un alto por un capuchino o un hot chocolate. Anduvimos entre casitas de cuento, antojadizas estatuas multiformes y lagos congelados, en cuyos rincones múltiples tipos de aves hallan su necesaria parcela de agua líquida.”

“Uno de esos días reikjavikianos viajamos cuarenta kilómetros al suroeste, hacia Blue Lagoon, principal destino turístico de la isla.
Y llegó, finalmente, el final. Pero así como no es fácil alcanzar Islandia, tampoco es simple abandonarla. Teníamos un esquema de dos vuelos: Icelandair de Reikjavik a París, y Joon (subsidiaria de Air France) de París a Barcelona. Por la noche del mismo día (jueves 22 de febrero), una parte del grupo familiar debía tomar a su vez el vuelo de regreso a Buenos Aires, con lo cual no había demasiado margen para sorpresas. En la tarde del día anterior, me llega un mail de Air France diciendo que precisamente el 22, ningún otro día, sólo el 22 de febrero, habría paro de pilotos, y que no podían garantizar la operación de ninguno de los vuelos de ese día. El estrés provocado por la noticia fue intenso, hasta que encontramos disponibles unos vuelos low cost París-Barcelona para la tarde del jueves fatídico. Sacamos los boletos, duplicando los pasajes que teníamos para el tramo en cuestión.
El aeropuerto Charles de Gaulle de París estaba como de fiesta cuando llegamos desde Islandia, con cánticos y marchas sindicales por doquier, pero nuestro vuelo de Joon-Air France salió de todos modos (conducido curiosamente por pilota y copilota), y tuvimos que arrojar a la basura los boletos low cost. Habíamos comprado tranquilidad, no nos arrepentimos.”
Escrito en febrero de 2018.