En esta sección toca subir al Turibús, para sobrevolar diferentes aspectos de la Ciudad de México: sus monumentos, su arquitectura, sus barrios coquetos, sus bosques, su estrés y, en definitiva, su amplia gama de contrastes

A la Basílica de Guadalupe hubo que entrar casi a los empujones, entre muchedumbres innumerables (es el santuario católico más visitado del mundo luego de la romana Basílica de San Pedro y nos tocó día de peregrinación). En realidad lo que llamamos “Basílica de Guadalupe” es un inmenso entramado de edificios que incluye un cerro, ubicado a unos cinco kilómetros al noroeste del Zócalo, cuya razón de ser aparece en los tiempos de la Conquista (albores del siglo XVI), cuando la supuesta aparición de la Virgen de Guadalupe provocó la conversión de los indígenas de la zona. En la jornada de esta incursión, las multitudes de fieles se concentraron en la “Nueva Basílica“, construida en el último cuarto del siglo XX, lo cual dejó espacio para que los visitantes pudiéramos ingresar sin problemas tanto al Museo (y allí apreciar el arte de los tiempos de la Conquista, e incluso producción moderna de pintores mexicanos como David Alfaro Siqueiros), y el interior de la “Antigua Basílica”, que fuera inaugurada en 1709.  
Otro punto fuerte del día fue el ingreso a los Bosques y al Castillo de Chapultepec, este último una suerte de “Versailles” mexicano -con espectaculares jardines y vistas de la ciudad- que fuera residencia de Maximiliano Habsburgo, fugaz emperador durante un período del agitado siglo XIX posterior a la Independencia. En el Castillo también está instalado el Museo Histórico, que permite recorrer los principales acontecimientos sucedidos en el territorio mexicano desde la llegada de los españoles hasta la Revolución de la década de 1910.      

Y luego del bus y del crepúsculo, una recorrida nocturna por el Zócalo y los exteriores del Templo Mayor.