Pasé por dos pequeñas pero muy importantes ciudades de la historia checa, y por las afueras de Viena, hasta empalmar, ya sobre la medianoche, con la autopista que me llevaría a la frontera de esa Hungría (Magyarország) de extraña lengua, y luego a su capital.
Budapest (donde la ciudad del siglo XXI convive con anchas avenidas “soviéticas” de estilo moscovita, y con resabios del catolicismo estricto, del Islam, de las hordas mongolas y de las tropas romanas que supieron habitarla), me recibió vacía en su madrugada, pero con el esplendor luminoso de sus palacios y sus puentes.