Asentada sobre el extremo oriente del país, Shanghái es quizás su metrópolis más “occidental”: coexisten en ella la vieja aldea de pescadores (y sus templos budistas y taoístas) con los ultramodernísimos rascacielos que crecieron como hongos, desde la década del 1990, en el Pudong, isla que se puede contemplar en toda su magnificencia desde la rambla del Bund (al otro lado de Huangpú, la antigua concesión, otorgada a Estados Unidos y Gran Bretaña por la dinastía Qing, en el siglo XIX).
Fue en Shanghái -poblada hoy de museos interesantísimos- que un puñado de soñadores, orientado por un tal Mao, se dio a la tarea de fundar, en 1921, el Partido Comunista Chino, que tomaría el poder en Pekín, luego de su Larga Marcha, en 1949.
Redondeando la visita a tan impactante urbe portuaria, una recorrida por Zhujiajiao, el “pueblo de agua” que parece haber resistido, en silencio, a la Revolución Industrial.