Tan solo canten, una canción por la paz,
  no susurren una plegaria, 
  tan solo canten, una canción por la paz,
  como un fuerte grito.
  Dejen que el sol entre, a través de las flores,
  no miren atrás…”
Estos versos pertenecen a Shir la Shalom (“Canción por la Paz”), verdadero himno popular por la concordia en Medio Oriente, que entonó el entonces Primer Ministro Yitzhak Rabin, junto a las multitudes allí reunidas, en la plaza central de Tel Aviv, pocos minutos antes de su asesinato en la noche del 4 de noviembre de 1995. Del bolsillo interno del saco que la víctima llevaba puesto, se recuperó un trozo de papel, empapado de sangre, donde Rabin había anotado la letra de la canción.
Mucha congoja me produjo visitar el lugar del crimen, donde ahora hay un memorial. Y una mezcla de la misma congoja, con el placer que brinda el conocimiento, la prolongada recorrida por el “Rabin Center“, en el predio de la Universidad de Tel Aviv, donde se cuenta su historia entremezclada con la del Estado de Israel, y con la del siglo XX en su conjunto.
Varias veces primer ministro, Yitzhak Rabin había sido comandante en jefe de las fuerzas militares durante la crucial Guerra de los seis días, en 1967. Pero al llegar al gobierno en los años ’90 del siglo pasado, eligió cambiar el camino de las armas por el de la rama de olivo, e inició negociaciones con su ex archienemigo Yasser Arafat y con la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), hasta que en 1993 se firmaron los históricos Acuerdos de Oslo, que establecieron una hoja de ruta de cinco años para alcanzar una paz definitiva, en base a la “solución de dos Estados” (Israel y el Estado Palestino). Los acuerdos fueron festejados con celebraciones populares tanto en Israel como en Palestina. Pero poco a poco, los enemigos de la paz fueron elaborando una oposición cada vez más feroz a lo que se había firmado. Una nueva extrema derecha israelí, nacionalista y religiosa, atacó al Primer Ministro cada vez con mayor virulencia, hasta que ya con el odio desatado y sin filtros, manifestaron con carteles que mostraban a Rabin con bigote hitleriano, y directamente pedían “muerte a Rabin“.
Saber que el líder de esas demostraciones amenazantes haya sido la misma persona que luego manejaría por décadas la política israelí, a saber, Benjamín Netanyahu, me dejó la sensación de que ni la sociedad israelí ni el Medio Oriente en general han podido superar, hasta el momento que escribo estas líneas (a poco del viaje, cuando el Estado de Israel es sacudido por manifestaciones de cientos de miles de personas contra Netanyahu, por enésima vez, Primer Ministro) el trauma que significó el asesinato de la Paz, a través del crimen que acabó con la vida de su gran impulsor