Conquistada o arrebatada (según el punto de vista) a la vecina Siria en la Guerra de los seis días, esta estratégica porción de tierra ubicada en el extremo noroeste de Israel (antes en el extremo suroeste de Siria), es hoy comarca de asombrosos paisajes, vastas áreas cultivadas, pintorescas poblaciones y valiosos yacimientos arqueológicos.
Katzrin es una localidad del Golán fundada en 1977, a pocos kilómetros de su gemela mucho más antigua: la Qisrin de dos mil años. Anoté en mi Diario de febrero: “Iba para este Museo, pero aparecí en las ruinas de la antigua ciudad talmúdica de Katzrin: ¡valió la pena! Sinagoga, casa de un rabino, prensa de aceitunas (con músicos vestidos a la época animando a un grupo de israelíes), gallos, pavo real, rico olor a campo…”
Efectivamente, tan interesante fue visitar esas ruinas muy bien conservadas (la sinagoga fue destruida por un terremoto en el siglo VII, la muestra reconstruye el aspecto original de la fachada), como el pequeño pero muy valioso museo arqueológico en el poblado moderno, que recorrí casi en soledad.
El museo me despertó el interés de conocer Gamla, y si todo queda muy cerca en general en Israel, mucho más en los Altos del Golán, así que me di una vuelta por la remotísima ciudad judía (edificada sobre asentamientos humanos que datan de 500.000 años atrás), también fortaleza y espectacular recinto natural, donde tuvo lugar una de las grandes revueltas judías contra Roma en el siglo I.
Me habían recomendado “Cofee Annan” (sí, el nombre de esta cabaña-resto-bar de montaña es homónimo al del ex Secretario de las Naciones Unidas), y ese fue el acertado paso siguiente: único lugar de Israel que me tocó ver completamente cubierto de nieve. Luego de un reparador almuerzo-cena de pizza y vasito de chocolate caliente, salí a la nieve a contemplar los acantilados alucinantes que rodean la elevación, un poco más allá las llanuras del sur de Siria, y mucho más cerca, en el mismo predio, las numerosas figuras metálicas que representan soldados en posición de combate y pertrechos bélicos, como para no olvidar, en medio de tanta belleza, la violencia que atravesó -y que en cualquier momento podría volver a atravesar- ese punto decisivo del globo terráqueo.
Ya oscurecía mientas transitaba yo, sobre la vertiente sur del Monte Hermón, una subida que parecía no terminar nunca, hasta el centro de la aldea drusa de Majdal Shams, la localidad más grande del Golán. Las notas las escribí unas horas después:
“Salí con el crepúsculo y llegué a la aldea drusa. En el camino llené el tanque. Se dio una mini conversación con el tipo (¿dueño?) que me atendió en la estación de servicio, le dije:
– Estamos cerca de Siria
– ¿Estuviste en Siria?
– No, ¿es posible ir?
– ¡Claro que es posible!
– Pero… la guerra..
Y dijo algo así como
– Y sí… la guerra… ¿y qué?
No vi mucho en la aldea de calles abismales recostadas sobre el inmenso y todo nevado Monte Hermón, que había observado en el horizonte durante todo un tramo del camino. Entré a un supermercadito donde compré unas pitas de trigo a 8 shekels, y al llegar a lo más alto del pueblo encontré una impactante estatua que resultó ser la de Sultán Al-Atrash, jefe de la sublevación drusa contra los franceses en los 1920s…”
Los drusos constituyen una comunidad religiosa muy curiosa e importante en Medio Oriente. Beben de fuentes griegas e islámicas, pero también cristianas, budistas y zoroástricas, entre otras. La comunidad resistió en un principio la ocupación israelí, pero a partir de la legislación de 1981 que los considera ciudadanos de Israel, comenzó un proceso de integración.
Katzrin es una localidad del Golán fundada en 1977, a pocos kilómetros de su gemela mucho más antigua: la Qisrin de dos mil años. Anoté en mi Diario de febrero: “Iba para este Museo, pero aparecí en las ruinas de la antigua ciudad talmúdica de Katzrin: ¡valió la pena! Sinagoga, casa de un rabino, prensa de aceitunas (con músicos vestidos a la época animando a un grupo de israelíes), gallos, pavo real, rico olor a campo…”
Efectivamente, tan interesante fue visitar esas ruinas muy bien conservadas (la sinagoga fue destruida por un terremoto en el siglo VII, la muestra reconstruye el aspecto original de la fachada), como el pequeño pero muy valioso museo arqueológico en el poblado moderno, que recorrí casi en soledad.
El museo me despertó el interés de conocer Gamla, y si todo queda muy cerca en general en Israel, mucho más en los Altos del Golán, así que me di una vuelta por la remotísima ciudad judía (edificada sobre asentamientos humanos que datan de 500.000 años atrás), también fortaleza y espectacular recinto natural, donde tuvo lugar una de las grandes revueltas judías contra Roma en el siglo I.
Me habían recomendado “Cofee Annan” (sí, el nombre de esta cabaña-resto-bar de montaña es homónimo al del ex Secretario de las Naciones Unidas), y ese fue el acertado paso siguiente: único lugar de Israel que me tocó ver completamente cubierto de nieve. Luego de un reparador almuerzo-cena de pizza y vasito de chocolate caliente, salí a la nieve a contemplar los acantilados alucinantes que rodean la elevación, un poco más allá las llanuras del sur de Siria, y mucho más cerca, en el mismo predio, las numerosas figuras metálicas que representan soldados en posición de combate y pertrechos bélicos, como para no olvidar, en medio de tanta belleza, la violencia que atravesó -y que en cualquier momento podría volver a atravesar- ese punto decisivo del globo terráqueo.
Ya oscurecía mientas transitaba yo, sobre la vertiente sur del Monte Hermón, una subida que parecía no terminar nunca, hasta el centro de la aldea drusa de Majdal Shams, la localidad más grande del Golán. Las notas las escribí unas horas después:
“Salí con el crepúsculo y llegué a la aldea drusa. En el camino llené el tanque. Se dio una mini conversación con el tipo (¿dueño?) que me atendió en la estación de servicio, le dije:
– Estamos cerca de Siria
– ¿Estuviste en Siria?
– No, ¿es posible ir?
– ¡Claro que es posible!
– Pero… la guerra..
Y dijo algo así como
– Y sí… la guerra… ¿y qué?
No vi mucho en la aldea de calles abismales recostadas sobre el inmenso y todo nevado Monte Hermón, que había observado en el horizonte durante todo un tramo del camino. Entré a un supermercadito donde compré unas pitas de trigo a 8 shekels, y al llegar a lo más alto del pueblo encontré una impactante estatua que resultó ser la de Sultán Al-Atrash, jefe de la sublevación drusa contra los franceses en los 1920s…”
Los drusos constituyen una comunidad religiosa muy curiosa e importante en Medio Oriente. Beben de fuentes griegas e islámicas, pero también cristianas, budistas y zoroástricas, entre otras. La comunidad resistió en un principio la ocupación israelí, pero a partir de la legislación de 1981 que los considera ciudadanos de Israel, comenzó un proceso de integración.