Desde Safed, entre caminos de cornisa y aldeas árabes de complicadas callejuelas, llegué a la imponente cima del Monte Tabor, escenario de antiquísimas batallas narradas en la Biblia Hebrea, y de la Transfiguración de Jesús que cuentan los Evangelios (evento, este último, que explica la magnífica “Iglesia de la Transfiguración” que allí se levanta, entre edificaciones medievales y castillos de caballeros cruzados).
Luego de más cornisas y más populosas aldeas árabes, llegué a Nazareth, la del nazareno.
En esta montañosa, vasta y bulliciosa (aún en sábado: el Shabat no existe en estos pagos) ciudad de la Baja Galilea, bastión de los árabes israelíes; entre la católica y majestuosa “Basílica de la Anunciación” (foto) y la ortodoxa y muy bella “Iglesia de la Anunciación” (ambas construidas, según uno u otro relato, en el sitio donde María habría recibido el divino anuncio que confirmó el origen del cristianismo), y entre las mezquitas que todo lo contemplan desde lo alto (y que junto a lo que se ve en las calles conforman la atmósfera de un país islámico), hace falta salir de cierta ensoñación para recordar que uno se encuentra en jurisdicción del “Estado Judío”.