“Y los congregó en el lugar que en hebreo se llama Armagedón.
Y el séptimo ángel derramó su copa por el aire; y salió una gran voz del templo del cielo desde el trono, diciendo: Hecho es. Entonces fueron hechos relámpagos y voces y truenos; y hubo un gran temblor de tierra, un terremoto tan grande, cual no fue jamás desde que los hombres han estado sobre la tierra. Y la gran ciudad fue partida en tres partes, y las ciudades de los gentiles se cayeron; y Babilonia la grande vino en memoria delante de Dios, para darle el cáliz del vino de la indignación de su ira. Y toda isla huyó, y los montes no fueron hallados. Y descendió del cielo sobre los hombres un gran granizo cada piedra como del peso de un talento; y los hombres blasfemaron de Dios por la plaga del granizo, porque su plaga fue hecha muy grande.”
Libro del Apocalipsis (Nuevo Testamento), XVI, 16 a 21.
La que pasé en Megido fue mi última jornada en Israel. Venía de la mística ciudad judía de Safed en la Alta Galilea, y pasaría la noche en Tel Aviv para, en la mañana siguiente, partir desde el Aeropuerto Internacional Ben Gurión de regreso a Atenas. Así que no se trató del fin del mundo, pero sí el fin de un ciclo dentro del viaje.
La palabra “Armagedón”, que se utiliza como sinónimo de apocalipsis o de fin del mundo, no solo tiene una estrecha relación con la localidad de Megido, sino que directamente se deriva una de la otra: “ar-magedon” deriva de “Har Megido”, que en hebreo significa “Monte Megido”. Y el Nuevo Testamento asigna este preciso lugar a su aterradora profecía.
“Y aquel día cantó Débora, con Barac, hijo de Abinoam, diciendo:
Vinieron reyes y pelearon; entonces pelearon los reyes de Canaán en Taanac, junto a las aguas de Megido…”
El canto de Débora, que está escrito en el quinto capítulo del Libro de Jueces, y en cuyo versículo 19 se menciona a Megido como escenario de una batalla crucial (que se habría producido en el siglo XV a.C.), muestra tan solo uno de los muchos párrafos de la Biblia Hebrea donde este sitio en mencionado.
Otro ejemplo es Zacarías XII, 10-12:
“En aquel día habrá gran llanto en Jerusalén, como el llanto de Hadad-rimón en el valle de Megido.”
El cananeo montículo de Megido, rodeado de preciosos manantiales y de un cinturón de tierras muy fértiles, fue en la Antigüedad una muy importante encrucijada en la red de caminos que conectaban la grandes civilizaciones de Egipto y Mesopotamia.
Escenario de cruciales conflictos bélicos, fue dos veces conquistado por los faraones egipcios, así como vasallo del Reino de Salomón, es en la actualidad, con una historia oculta entre sus piedras que va desde el sexto milenio a.C. hasta casi el inicio de la Era Cristiana, uno de los más importantes yacimientos arqueológicos del mundo. Con sus treinta capas que una sobre otra van narrando el transcurrir de los milenios en el mismo sitio, visitarlo constituye una experiencia inolvidable.d