“Bar del Museo de Altamira, 13.43
¿Qué decir? Emoción, felicidad, alegría… ¡¡salí sorteado carajo!! Era una posibilidad remotísima, siempre me dije: ‘voy el día del sorteo, seguro que no salgo, pero igual vale la pena visitar el museo’. En algún lugar tenía el pálpito de que iba a salir, pero la probabilidad era extremadamente baja.
Llegué un poco más tarde de lo previsto, tipo 9.50, y a partir de ahí fue todo vertiginoso. Saqué las entradas, leí las advertencias para el sorteo, me dieron el cupón para visita de media hora a la neocueva de las 10.05 (terminaría justo antes del sorteo), en los siete minutos de interín debía llenar el formulario para el sorteo, ponerlo en la urna y guardar todo. Cuando salimos de la réplica algo de mí… me impulsó a correr para ver si no había empezado el sorteo en la hall. Justo cuando llegué, ante unas 150 personas que rodeaban el mostrador del guardarropas donde estaba la urna, estaban sacando el primer papelito… ‘Matías… Wisfgcwz…‘ dijo Constantino, el alto que sería uno de los guías, tratando de descifrar mi apellido. I couldn’t belived!! Me había tocado!! Me aplaudieron. Pasé al frente saludando a la multitud. Después se sumaron los otros cuatros sorteados (una chica meteoróloga -el marido y los dos hijos habían quedado afuera, lo mismo que la novia de otro afortunado-, el grupo se completaba con dos british men que no hablaban español). Cada uno hizo sus breves preparativos y nos volvimos a juntar cinco minutos después.
Volvimos con Constantino y la guía a la neocueva para verla con mayor detalle y comprender la estructura de la original antes del derrumbe que hace 12.000 años la selló hasta el siglo XIX.
Hicimos un camino entre verdes hasta la zona de la cueva original, unos 300m digamos. Entramos a la casita-vestuario y nos cubrimos con el “mono” blanco, calzado especial, barbijo y linterna de arqueólogo (cero luz en las cuevas) ajustada sobre la capucha del mono. ¡¡Y entramos a la casa de los antiguos homo sapiens!! Muy impresionante la experiencia de estar ahí, todavía no lo puedo creer. Nos dividimos en dos grupos. A mí me tocó con la guía femenina y con Denis, uno de los English men. Recorrimos la amplia cavidad a la luz de las linternas y entre los instrumentos que controlan temperatura, humedad, gases y demás. Tuvimos ocho minutos libres (más que suficiente) para recorrer libremente, estar, meditar frente al techo que recoge las principales pinturas. Elegí la gran cierva del fondo y el “bóvido” estilizado sólo con trazos de carbón para observarlos con atención y así rendir, a través de ellos, un sentido homenaje a nuestros Padres.
Recorrimos otras ‘habitaciones’ menos importantes de la gran casa y la visita terminó, como termina todo en la vida.”
De mi Diario de Viaje, viernes 23 de junio de 2017