Al ingresar a Breslavia (o Wrocław, o Breslau, la más “alemana” de las ciudades polacas) me impactaron los edificios de estilo soviético. Luego me sumergí en el Museo Histórico y me subí al mini trencito eléctrico para darme un pantallazo. En una librería llamada Empik, frente a la plaza principal, di con un librito en inglés sobre una historia de la ciudad, que no era claramente narrada en el Museo específico: la villa de los tres nombres sólo es polaca desde 1945; antes había pasado por manos checas, austríacas, prusianas y alemanas. Quedó para otra vez la posibilidad de cenar en la fantástica taberna medieval que se extiende bajo el Ayuntamiento. Me esperaba un largo y complicado viaje nocturno hasta Torún, que apenas pude coronar con éxito pasadas las 3am del día siguiente.