Salónica (Thessaloníki Saloníki en griego) es una hermosa ciudad desplegada en la falda de colinas que bajan hasta el Golfo Termaico. Fundada a finales del siglo IV antes de Cristo por los antiguos macedonios (sucesores de Alejandro), es actualmente la segunda ciudad de Grecia, y la capital de la región de Macedonia Central. Fue también la segunda urbe más importante, después de Constantinopla, en tiempos del cristianismo bizantino: de ahí la gran cantidad de preciosas iglesias medievales que se esparcen por el ámbito urbano, y su precioso Museo Bizantino. Hubo, desde tiempos medievales hasta la destrucción final provocada por el nazismo, una muy importante comunidad judía, ya mencionada por el viajero del siglo XII Benjamín de Tudela, cuya historia es contada en el Museo homónimo. La magnífica rambla, que va desde el monumento a Alejandro Magno (cuya imagen encabeza esta sección), pasando por la otomana Torre Blanca, hasta la gran Plaza de Aristóteles (donde se puede apreciar un bronce de este ilustre macedonio, con un rollo de vaya saber qué texto filosófico en su mano izquierda, sentado en un banco), baña con su viento de mar el espíritu de la ciudad. 
Las recorridas que hice desde Salónica fueron como un sumergirse en las páginas de la Historia y de la Filosofía: en Pella vi la antigua capital macedonia desde donde Alejandro Magno partió a conquistar el mundo; en Vergina, capital antes que Pella, el espectacular museo construido de tal manera que alberga, en su interior, las fabulosas tumbas de Filipo II (el padre de Alejandro) y de varios de sus contemporáneos. En la soledad de Estagira (literalmente, estuve casi completamente solo durante la exploración de sus ruinas, en la cima de un acantilado abismal que pende sobre el Egeo) percibí e imaginé las calles donde nació y creció Aristóteles, y en la estrecha franja donde se yergue Potidea, vislumbré el escenario de la sangrienta y prolongada primera batalla que ganaron los atenienses en la Guerra del Peloponeso.