Hacía más de 10.000 años que los Massachusett vivían en lo que hoy es el Estado de Massachusetts, cuya capital es Boston, nombre homónimo al de la homónima localidad inglesa de Boston, porque los ingleses que desembarcaron a principios del siglo XVII en esta ignota bahía eligieron llamar así a la aldea que fundaron.
En 1620, a los primeros exploradores se sumó una colonia muy particular: al suroeste de Boston, sobre el Cape Code (en las orillas del Oceáno Atlántico Norte) se puede visitar una réplica del célebre Mayflower, la pequeña embarcación en que llegó el pequeño grupo de puritanos que fundó Plymouth. Estos reformadores cristianos, expulsados de la Inglaterra anglicana, luego de pasar unos años en la holandesa localidad de Leiden, decidieron aventurarse mar adentro y probar suerte en las tierras de los Massachusett: la mitad de ellos murió al poco tiempo de llegar, por mérito del intenso frío de aquel invierno. La otra mitad se ganó el título de “alma fundadora del espíritu estadounidense”. Volviendo de Boston el viaje nos llevó a Carlisle y sus alrededores boscosos, aunque no a Salem, que debió haber sido visitada en Halloween, pero las brujas quedaron para otro periplo.
En Boston no sólo hay una estatua de nuestro Domingo Faustino Sarmiento erigida en 1973 en la preciosa avenida del Commonwealth: también está el fantástico Museo de Bellas Artes, casi al lado de la extrañísima mansión de Isabella Stewart Gradner, donde Rafael danza con los pintores flamencos y joyas increíbles del arte cristiano medieval, todo alrededor de un jardín vertiginoso de variedades que parece representar al conjunto del reino vegetal.
Y mi Boston fue también la casa natal del presidente católico John F. Kennedy en medio del barrio judío de Brookline, y fue cruzar el Charles River hacia la vecina Cambridge para filtrarme entre los cientos de edificios del mundialmente famoso Massachusetts Institute of Technology, y en los otros tantos del campus de la Universidad de Harvard (donde me tocó vivir una especie de “Mayo Francés” con cientos de estudiantes protestando a los gritos en medio de una “strike” o huelga, por no se qué pensiones que les pretendían recortar). Y los bodegones de North End (suerte de “Little Italy” bostoniana), y los grandes parques llenos de ardillas; la Public Library sobre la plaza de Copley, y las caminatas por la bella Newbury street y por la senda roja del Freedom Trail, que lleva a visitar los principales lugares vinculados a la parte de la lucha por la independencia que le tocó librar a esta ciudad, como por ejemplo el sitio donde, en marzo de 1770, ante un levantamiento de los residentes contra el dominio británico, las tropas realistas abrieron fuego contra la multitud, provocando heridos y muertos en una jornada que pasó a la historia como la de la “Masacre de Boston“.
El domingo 31 de octubre, día principal de Halloween, familias enteras circulaban disfrazadas por las calles de Beacon Hill, pintoresquísima colina donde también palpita la herencia de los negros bostonianos.