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©2024 Matías Wiszniewer

Dicen que los primeros habitantes de Mesoamérica llegaron hace unos 12 o 15.000 años. Eso dicen algunos. Otros creen fue mucho antes, todo está en discusión en el fascinante universo de la arqueología, ese que nos lleva a indagar nuestros orígenes más remotos. 
Mi último y único viaje anterior a México había sucedido 43 años antes, en los albores del ’81. Yo era un pre púber de la Buenos Aires oscura regida por Videla, mientras allá las calles y las universidades bullían en diversidad de consignas e ideas. 
En aquella época gobernaba “JLP”, ahora “AMLO” (así llaman a los presidentes en México, por sus iniciales). Mucha agua corrió bajo el puente, pero los testimonios de las avanzadas civilizaciones precolombinas siguen en pie, altivos. Y a ellos se han agregado cantidades de nuevos descubrimientos.

Aterricé en la localidad yucateca de Cancún, sobre el Caribe, en el sureste del país. Tomé un auto alquilado y me dirigí directamente a Tulum, para después pasar por Cobá y Bacalar, todo esto en el Estado de Quintana Roo, uno de los tres en que se divide la Península de Yucatán.
Desde allí ingresé en el mítico Estado de Chiapas para visitar las selváticas ruinas de Palenque, así como la legendaria San Cristóbal de las Casas y el poblado maya sincrético de San Juan Chamula. 
Virando hacia el noroeste, me alejé de aquella zona de transición entre Centro y Norteamérica, y me encontré con Oaxaca y su milenaria ciudad de Monte Albán (la que se observa en la imagen aquí arriba); después Puebla, la pirámide de Cholula y la capital del país, que ya no se llama “Tenochtitlán” ni “DF”, sino “Ciudad de México“.
La estadía capitalina fue muy intensa, porque la ciudad lo es (igual que sus alrededores).
Y después llegó el momento de emprender el retorno hacia el sureste, bordeando el Golfo de México hasta Yucatán, y atravesando Veracruz (Orizaba) y Tabasco (Villahermosa).
Ya de nuevo en la Península me esperaban la belleza de Campeche y de Valladolid, la elegancia de Mérida, los enigmas de Cozumel, Uxmal y Chichén Itzá, y un breve descanso en Cancún, antes de retornar al sur de América.

El viaje me permitió la inmersión que buscaba en las muy diversas sabidurías anteriores a la llegada de los españoles, en una historia poblada de revoluciones y conflictos, y en el México actual, tierra de contrastes, de música y de mexicanos notablemente amables. Me tocó también pasar por un país en campaña electoral donde lo más probable es que por primera vez una mujer, y una persona de origen judío, alcance la presidencia.
Los invito entonces a viajar por el viaje, y a sentir conmigo la consigna: ¡QUE VIVA MÉXICO!