“No somos héroes, somos simples seres humanos que luchan por un mundo más humano.”
Subcomandante Marcos.

El primero de enero de 1994, poco más de tres décadas antes de este viaje, y justo 35 años después del triunfo de la Revolución Cubana, el día exacto del ingreso de México al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, bajo la presidencia de “CSG” (Carlos Salinas de Gortari), tropas indígenas del EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional) tomaron siete poblaciones de Chiapas (la principal fue San Cristóbal de las Casas), para llevar adelante un programa que según su vocero, el subcomandante Marcos, no contemplaba “la toma del poder”, sino “apenas algo más difícil: la construcción de un mundo nuevo“.
La Declaración de la Selva Lacandona, donde se habían estado preparando los zapatistas, planteaba sus objetivos para “el pueblo mexicano que lucha por trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz. Declaramos -dice- que no dejaremos de pelear hasta lograr el cumplimiento de estas demandas básicas de nuestro pueblo…” Luego de algunas cruentas batallas, los rebeldes se retiraron a la selva y comenzaron largas negociaciones hasta que, en 2006, el movimiento se transformó en una suerte de partido político regional. 
Parece ser que las noches de Año Nuevo en San Cristóbal no son noches de Año Nuevo, sino la conmemoración de aquella jornada de 1994, y que entonces sobre el ocaso de cada 31 de diciembre aparecen los zapatistas y desfilan por el pueblo hasta las 4 de la madrugada.

La ciudad fue fundada con otro nombre por los españoles en el siglo XVI, y en 1949 se le puso San Cristóbal (por el santo) y “de las Casas” por Fray Bartolomé de las Casas, el primer español en denunciar el maltrato que los encomenderos daban a los habitantes originarios de estas tierras.

En la mañana del miércoles 7 de febrero había salido desde Palenque pero no fue fácil elegir la ruta.
El camino más corto y más interesante, de cornisas y bellos paisajes verdes y montañosos, atraviesa el corazón de Chiapas por Ocosingo, aunque puede haber en ella bloqueos sorpresivos de campesinos mayas, sea para vender algo, sea para cobrar algún tipo de peaje o, en el peor de los casos, bloqueos totales por algún reclamo que podrían obligar el regreso al punto de partida. Luego de intensas averiguaciones me pareció entender que ese día no iba a haber riesgo de bloqueo, y entonces me aventuré por el susodicho camino, en lugar de hacer uno bastante más largo y “normal”. Solo hubo una falsa alarma cuando al frenar ante uno de los innumerables “topes” del camino, cierta banda de chicos levantó una barrera con cintitas de colores: la que parecía ser la jefa (tendría unos 12 años) se me acercó, bajé la ventanilla y me asaltó con una oferta: bolsita de plátanos desecados a 20 pesos (poco más que un dólar). Le compré y bajaron la barrera. 

San Cristóbal de las Casas -o al menos su casco histórico- es una muy bella ciudad colonial rodeada de montañas. Clima seco y sumamente agradable, resulta un verdadero placer caminar sus calles. En el museo del cacao (“Kakaw”) pude conocer la historia de esa semilla que fue moneda de cambio en casi todo el territorio precolombino, y la leyenda de la diosa cuyos hijos gemelos (la idea de dualidad atraviesa toda la filosofía maya) son decapitados y sus cabezas secadas al sol, como luego lo serán las mazorcas de cacao para iniciar el proceso de producción a partir de las semillas. Después claro está, la cata de bebida de cacao en distintas porcentajes. El “cacao criollo” mexicano es, según sus cultivadores, el de mejor calidad del mundo, aunque son varios países africanos (encabezados por Costa de Marfil) los principales productores.    

En San Juan Chamula, pueblo maya único, (a una media hora de San Cristóbal) se escucha más la lengua ancestral que la española. Frente a su gran Plaza está la Iglesia de San Juan Bautista, católica y maya al mismo tiempo, en cuyo fantástico interior alfombrado por miles de velas está estrictamente prohibido sacar fotos. El primer día del carnaval se sentía en la Plaza: grupos de locales disfrazados corrían, gritaban, bailaban, cantaban y tocaban instrumentos, mientras por doquier los pobladores hacían reventar petardos y cañitas voladoras. 

El sincretismo que se ve en ese templo de San Juan Bautista muestra que la Iglesia Católica ha sido con el paso de los siglos cada vez más pragmática respecto de los rituales originarios de estas tierras. No así los evangélicos, que se niegan a aceptar todo lo que huela a “pagano”. Es por eso que los Consejos de Ancianos (que gobiernan los poblados mayas), adoptaron una política de expulsión de aquellos miembros de las comunidades que se convierten al protestantismo. Hay una tensión y una mezcla compleja entonces en todo Chiapas, entre las batallas de católicos y protestantes (como en la Europa del siglo XVI), la penetración de tejidos asiáticos que compiten con la cultura textil ancestral, el mantenimiento de la tradición maya, y los carteles referentes a que uno se encuentra en territorio zapatista que me recibieron al acercarme a la comarca.